Un lugar donde la marihuana es una hierba maldita

Soft Secrets
09 Mar 2018

Un viaje por las plantaciones de cannabis en Paraguay nos pone en una realidad distinta. Los cultivadores de cannabis son muchas veces familias campesinas empobrecidas que lo único que pueden vender es marihuana. Los rubros tradicionales, como la mandioca, el poroto, el maíz y otros no se los pueden vender a nadie, pero con el cannabis está todo dado para que puedan pagar sus cuentas


 por Juan Parra

Estoy en un pueblo que podría ser cualquiera del Paraguay. Un pueblo que mejor no mencionar para no complicar a sus habitantes que viven en permanente alerta. Con miedo. Entre policías corruptos, vecinos soplones y tipo con armas largas que se pasean en camionetas cuatro por cuatro, cada tanto. Gente de la que tampoco quieren hablar, son pocos pero son visibles. Andan en sus camionetas cuatro por cuatro en pueblos misérrimos, donde no hay hambre, porque todavía la soja y la ganadería intensiva no matado todos los peces del río. Cada vez más agricultores familiares sobreviven a la hambruna cultivando marihuana. En estos pueblos a nadie gusta de la marihuana pero todos la cultivan porque no tienen otra opción.

El precio de los rubros lícitos da vergüenza. Maíz, locote, tomate, maní, porotos, aves de corral, mandioca, todo se regala al precio más bajo. Este pueblo, como los otros, apenas puede vender porque sus vecinos latifundistas producen miles de toneladas más que ellos y además tienen camiones, tractores, peones, personal y sobre todo tiene compradores firmes. Los campesinos paraguayos no tienen más que una promesa de pago y muchas veces le pagan mucho menos que lo acordado. Son campesinos que se han endeudado con el algodón y con el sésamo que en entre los setenta y los noventa, vendieron a no tan mal precio. Pero el negocio se terminó y desde entonces el campo ha perdido algo así como tres de cada diez campesinos que se han ido a engrosar las periferias y los barrios pobres de las ciudades más grandes.

El campo es cada vez menos rentable para los campesinos. Los mayores no han tirado la toalla por respeto, por tradición. Pero desde hace unos 20 años ven como primero invadieron los latifundios de los sojeros (que han devastado el campo paraguayo) y también los ganaderos. Los brasiguayos, mitad brasilero mitad paraguayos, se apoderaron de tierras de las comunidades indígenas y de parques nacionales para plantar la marihuana. La que nosotros, afuera de Paraguay, le decimos la paraguaya. La marihuana que a finales de los setenta abastecía a Brasil, y sobre todo en verano. El ka’a como le dicen en guaraní ahora es probablemente el rubro económico que se queda con la mayor parte de la mano de obra rural. El cultivo de cannabis está presente en ocho departamentos de Paraguay para abastecer ya no solamente la demanda de Brasil, sino la de Argentina, Chile, Uruguay y Bolivia.

Ganan los jóvenes

Los mayores tienen varios problemas. Uno es que la planta del cannabis la tildan de maldita, desde que han escuchado hablar de ella. Un veterano campesino, que tiene las manos cuarteadas de trabajar día tras día, sol tras sol, tormenta tras tormenta, dice que le dicen planta maldita. No por sus efectos, no conocen del THC, del CBD, no usan el cannabis. Le dicen hierba maldita por efectos adversos, digámoslo así. Efectos adversos que son la corrupción que genera el cannabis en estos pueblos. Entres las familias, entre las autoridades y entre los políticos locales incluso. El cannabis empezó, hace al menos diez años, a ser un rubro que está presente en prácticamente todas las granjas familiares.

Las familias cuidan de los animales, de las vacas, las gallinas, los cerdos, los tomates, las habas y los rubros que son indispensables para su sobrevivencia o para vender o intercambiar algo con algún vecino. Pero el rubro que les hace la diferencia, el que les permite pagar el combustible de la moto, vestir a los niños y pagar las cuentas es el cannabis. Y los mayores lamentan esto muchísimo porque sus valores, que se formaron alrededor de la granja familiar, se ven diluidos en el dinero que ingresa del cannabis. Los mayores ya no pueden dar el ejemplo.

Los jóvenes se involucran en el cultivo de cannabis también como una forma de no abandonar su tierra. Hace dos décadas, luego de sucesivas crisis económicas, el campo paraguayo empezó a expulsar a sus campesinos y los primeros en ir a engrosar los cinturones de pobreza en las ciudades más grandes fueron los jóvenes. Los más jóvenes que desde siempre trabajaron en el campo conocen a la planta de cannabis desde su infancia. La mayor parte de las veces no saben sus propiedades medicinales, las posibilidades que tiene la planta como fibra textil, ni las propiedades de las semillas como alimento que tan bien cotizan, por ejemplo, en Europa.

Muchas veces se involucran incluso en tareas del tráfico en camionetas cuatro por cuatro que surcan el país hacia Brasil a dejar el cargamento. Cherà, llamémosle así tiene 16 años. Conoce la planta desde siempre, es un cultivador que puede cosechar y cuidar cinco hectáreas él solo y lo hace en las tres cosechas que saca por año. Antes, cuando trabajaba en la chacra de su padre había solo dos cosechas por año. Pero ahora los brasileros, que los proveen de semillas y luego les compran la cosecha, les han dado nuevas variedades a las que ellos le dicen “mentoladas” y que cosechan en tres meses. Auque no haya estudios hechos de perfiles genéticos en Paraguay, todo hace presumir que son variedades automáticas. Hace calor en este lugar a poco más de cien kilómetros con la frontera brasilera.

Y Cherá cuenta que para preparar el suelo primero se quema la vegetación que pueda haber en el predio elegido para cultivar. Cuando la luna está llena y la tierra húmeda, es decir después de una lluvia, hace agujeritos en la tierra tan roja como fértil con la rama de un árbol. Luego van tirando ahí dentro las semillas que recogieron de la cosecha anterior o las “mentoladas” que les dan los brasileros o brasiguayos, mitad brasileros, mitad paraguayos. Los campesinos no quieren ni saber ni hablar de quienes se llevan la cosecha. A veces los han estafado y no les pagan por su trabajo o les pagan menos.

Saben que la producción se va a Brasil, pero lo que no saben es que son dos organizaciones criminales como el Comando Vermelho y el Primer Comando Capital (PCC) los que organizan el tráfico en Paraguay. Sobre todo después del asesinato del capo narco Jorge Rafaat, por parte del PCC según la policía paraguaya. Cherà y sus compinches solo ven lo que ellos llaman socios. Son tipos que se pasean en grandes camionetas surcando los caminos de tierra roja, siempre armados, siempre saludando a todos y todos saludándolos. También ven a la policía cuando llega a sus casas para pedir sobornos que luego repartirán entre jueces, fiscales, oficiales superiores y funcionarios aduaneros.

De mientras Cherà toma tereré y dice que la marihuana es una planta maldita, no por los efectos que hace al ser fumada, sino por toda la corrupción que crea en su pueblo y en tantos otros. En 1968, cuando comenzó la plantación de cannabis en Paraguay, solo la fronteriza ciudad de Pedro Juan Caballero estaba involucrada en la plantación y tráfico de cannabis, hoy son ocho departamentos los que involucran a los campesinos y también a toda su familia en este negocio. Cherá no piensa en legalizar la marihuana, preferiría legalizar el tomate. Cherà me ofrece marihuana de su cosecha, es sabrosa, está bien. La acepto, me rolo uno y lo prendo, lo convido y me dice que no. Pienso en que la marihuana es de verdad para ellos una hierba maldita y los comprendo.

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