Recuerdos del Mar y de María

Soft Secrets
01 Feb 2016

Fue precisamente por estas fechas, a principios de un curso ya muy lejano, -50 inviernos han pasado de ello-, cuando me fumé mi primer porro. Muchas casualidades tiene la vida, pues también resulta curioso que, por aquella época, comenzará a sentir mi amor por el mar. A pesar de que mi vida anterior siempre había estado ligado a el, fue entonces cuando comencé a sentir su pasión.


Fue precisamente por estas fechas, a principios de un curso ya muy lejano, -50 inviernos han pasado de ello-, cuando me fumé mi primer porro. Muchas casualidades tiene la vida, pues también resulta curioso que, por aquella época, comenzará a sentir mi amor por el mar. A pesar de que mi vida anterior siempre había estado ligado a el, fue entonces cuando comencé a sentir su pasión.

Fue precisamente por estas fechas, a principios de un curso ya muy lejano, -50 inviernos han pasado de ello-, cuando me fumé mi primer porro. Muchas casualidades tiene la vida, pues también resulta curioso que, por aquella época, comenzará a sentir mi amor por el mar. A pesar de que mi vida anterior siempre había estado ligado a el, fue entonces cuando comencé a sentir su pasión.

Nací en una familia de pescadores que hizo fortuna en el mar y me educaron en un colegio católico de la ciudad, de pago por supuesto. Crecí pues entre dos mundos; Uno el de los vástagos de la más rancia sociedad local, que no me aguantaban por mi origen, aunque me soportaban, pues poderoso es el dinero y mi familia lo tenía; Otro el de los muelles entre chavales de mi edad que no estudiaban y trabajan en lo que podían.

Cosas de la vida que desde bien joven me enseñaron a mirar las cosas desde distintas perspectivas. Como os decía al principio, fumé mi primer porro recién cumplidos los trece años. Me invitó uno de eso vástagos de la primera especie, al que la vida ha llevado a ocupar destacados puestos en el gobierno regional, por supuesto en tiempos peperos, y quién por curiosidades de la vida hoy día ni quiere oír hablar del tema de la legalización.

Ese primer porro era de hachís, ( En Cantabria era lo único que se podía comprar en aquellos años, la marihuana prácticamente era imposible de conseguir). No me produjo ningún efecto extraordinario; yo pensaba que iba a ver luces o algo así, bendita inocencia, pero no dejo de provocarme una sensación agradable que me llevó unos días después a abordar al susodicho compañero que me había invitado a fumar. Conseguí que me vendiera una buena pieza, mil pesetas que en gramos serían unos 40, y que me explicase cómo mezclarlo con el tabaco y liar un porro, pues yo no sabía cómo hacerme uno.
Me explicó que me iba a colocar mucho y que no lo fumase en público por el olor y todas esas cosas. Era un sábado por la mañana y no se me ocurrió mejor sitio para fumar mi primer porro yo solo que en mi bote en el medio de la bahía. Así que me dirigí a mi playa y eché el bote al agua. Fondeé entre los sables y allí lo fumé tranquilo. Tuve que sentarme en el fondo del bote un rato y apoyar la cabeza en la bancada, ¿Cuánto tiempo? No lo recuerdo, pero sí que tras pasado ese momento me sentí mejor, como más libre y sensible a todo, el bote bajo mis pies comenzó a ser una parte de mí, noté el viento en mi cara e icé la vela dejándome llevar por él. Fue la sensación más placentera en mucho tiempo para mí, inexplicable ahora.

Seguí fumando hachís de forma regular, sobre todo los fines de semana o alguna tarde suelta, pero no descubrí hasta algunos meses más tarde que el hachís se extraía de la marihuana. Lo dicho antes, inocencia y falta de preocupación, fumar hachís me ayudaba a llevar mi soledad de entonces y no me preocupaba ni qué era ni de dónde venía.

Más el olor de la marihuana no me era desconocido; En aquellos años los pescadores locales comenzaron a buscar nuevos caladeros en la costa de África, abriendo los primeros en Mauritania y países cercanos. Algunos barcos regresaron a puerto con tripulantes de aquellos países, y en mis deambules por los muelles alguna que otra vez les veía fumar un tabaco que olía muy raro. Cuando preguntaba a los chavales me decían que era ``grifa´´. Más tarde descubrí que era marihuana.
Os contaré que era un chaval muy rebelde y terco. Sacaba buenas notas, pero mi comportamiento era un poco salvaje; La verdad es que mi padre me tenía consentido, quizá le recordaba a mi difunta madre o quizá simplemente me obviaba. Acabado ese año me enviaron a pasar las vacaciones de verano en una casa cercana a Galway, en Irlanda. No me gustó nada, “Es para perfeccionar tu inglés.” Decía alegre mi madrastra. Acepté, y en un pis pas me vi camino al exilio. Tardé en regresar a mi ensenada dos años.

Allí conocí a María, por medio de Claire, una de las hijas del matrimonio que me acogía y quién se encargó entre otras cosas, de que no me faltase ningún día hierba para fumar todo el verano.
El cambio fue brutal; Mientras el hachís me dejaba tumbado, la maría me daba marcha y alegría. Eran sensaciones que no había experimentado nunca, placidez extrema; Percibía mi entorno, la naturaleza a mi alrededor con una intensidad que no había sentido antes.

Una vez acabado el verano no regresé a casa, si no que fui directo a un internado al sureste de Irlanda, en Cork. Allí pasé los siguientes dos cursos. Cerca, a uno Kms, está Youghal, un pequeño y bello pueblo pesquero en la desembocadura del río Blackwater, en una bella bahía, aunque menos que la mía de Santander que lo es como pocas en el mundo. Desde allí se contemplaba inmensa la Mar de Irlanda, Muir Cheilteach, o Mar Céltica, que allí dicen.

Allí conocí a Steven, que era pescador y trabajaba en el barco de su padre. Al poco de ello, mientras navegábamos un día a vela por la bahía, me preguntó que dónde conseguía la hierba. Ya está, -pensé yo para mis adentros-, este vende. Le conté la verdad y que no sabía. Me invitó a fumar un peta; Es de la mía, dijo. Entonces me explicó que la cultivaba él. Hasta ese momento nunca se me había pasado el tema por la cabeza, pensé que tan sólo la compraba, vendía y fumaba.

Trabamos amistad y fue quién me proveyó de ella durante toda mi estancia en Irlanda. Como os he contado anteriormente, por aquél tiempo la mayor parte de la hierba que se fumaba tenía semis, yo aún no había oído hablar de ella sin. Durante las largas fumadas que nos dábamos me contaba cosas de la hierba, de cómo los mexicanos la comenzaban a desmachar y en breve las plantas no las tendrían. Que cuando no tenía hierba la compraba a gente de Dublín, y que la mayor parte de esa hierba venía de Sudáfrica o de Angola o Luanda. También tratábamos sobre los años 50, de la generación beat, los 60 y los hippies y los Reefer, que era como se llamaba a los fumadores. Decía que la maría era la llave de la rebelión contra la autoridad. Se le notaba la vena rebelde que tienen la mayoría de los irlandeses que conozco.

Él me enseñó sus plantas. Me habló no sólo de cultivo, sino de las primeras Variedades de Sativa en América del Norte a principios de 1970; La famosa Polly o la Oro Edén, que eran el resultado de híbridos entre variedades de México o Jamaica, de las variedades de Panamá, Colombia y Tailandia, como la gente tras una selección continua consiguieron más tarde las Sativas más legendarias como la Original Haze, Big Sur, Purple Haze, Three Way, Mawi Wowie, Gold Medal, etc.

Paranoias para mí entonces, y que no me interesaban mucho, pero apuntaba en mi diario, como casi todo, por las noches; Es por eso que lo recuerdo tan bien, no tengo tanta memoria. Me habló de Timothy Leary, del LSD, que por entonces se tomaba en terrones de azúcar, echando en él una o más gotas, de los sueños que producía, las risas… Y que probé por primera vez con él y sus amigos. Fue en ese viaje con la ayuda de maría cuando decidí de verdad que quería ser marino, pero no de carrera brillante, quería ser como mi tío José, quien me enseñó a amar el mar y todo lo que sobre ella pudo enseñarme. También me enseñó a ser el hombre que hoy soy. Quería ser un pescador famoso, tener mi barco pesquero, no tener armador y descubrir nuevos caladeros, ganar dinero y fama, gastarlo... Él fue mi espejo y desde estas páginas le honro, pues hace pocos días zarpó en su última travesía.
Volví a punto de cumplir lo diecisiete para cursar el Preu y unos meses más tarde vi morir a mi padre. Comencé mis estudios en la Escuela de Náutica. Y me olvidé de la marihuana, pues como antes os dije aquí era muy difícil comprarla. El hachís sobraba, así que volví a fumarlo. Sólo me preocupaba que fuera de buena calidad y nada más. Era época gloriosa, comenzaban a vislumbrarse luces de apertura y llegaban los acordes de Joan Baez y de Dylan; El 68 francés, la guerra de Vietnam. Fueron tiempos de haz el amor y no la guerra, el rojo libanés y los grupos míticos. Grandes fumadas, tirado en mi habitación, escuchando su música entre divagaciones. Aún los recuerdo con añoranza, ya no consigo alcanzar ese estado, será cosa de la tolerancia, aunque más bien creo sea la calidad, ya no se importa hachís de aquel. Fueron tiempos también en que comenzaron las hipocresías de la sociedad. Pasaba los días estudiando y el resto del día cogiendo olas, o navegando por las aguas cercanas colocado y disfrutando del viento y la mar.

Volvía al muelle con los ojos brillantes que se me notaba a la legua el colocon, curiosamente, cuando amarraba siempre subía a bordo algún que otro conocido a que le invitase o al contrario, pues eran tiempos de buen rollito. Cuando desembarcábamos la gente nos miraba y pensaba, estos niños pijos y sus vicios… a la vez que cuando veía lo mismo en otros chavales de los barcos pesqueros comenzaban a llamarlos drogadictos. Cada día que pasaba estaba más a disgusto en mi casa
Acabado el primer año me marché. En un principio mi intención era definitiva, no pensaba volver.
Había ahorrado y preparado todo hacía tiempo, los cheques de viaje, el dinero cambiado. Ya tenía carnet de conducir y por supuesto mi cartilla de navegación y mi pasaporte. Era menor de edad, pues la mayoría entonces era a los 21 y lo solicitaban en la frontera. Le conté a mi tutor legal que quería ir a Hendaya unos días, a coger olas con unos amigos y él confiado me lo dio. Como parecía claro que era un viaje de placer nadie en casa se extrañó, incluso creo que mi hermana mayor se olía algo y se alegraba, pues no volvería a verme.

Ese viaje me llevó hasta Hamburgo, dónde embarqué en un pesquero noruego. En este punto hago un inciso; No cito nombres de barcos, ni tampoco de compañeros de profesión pues alguno de ellos aún permanece en servicio y no quiero involucrarles en este escrito.

Era un barco grande, de casco negro y alto arrufo, todo el puente pintado de un beige desvaído que le daban pinta de fantasma, difícil de avistar en la penumbra o la niebla. Lo mandaba un capitán duro y recto; cuando me presenté a él y solicité embarque me hizo varias preguntas sobre mis conocimientos del mar que le convencieron, y una concreta y directa: ¿Está usted huyendo de algo, o quizá de la justicia? Una pregunta lógica pensé yo, y le contesté sin ambages, siempre lo he hecho, le conté toda la verdad, que me había escapado de casa, que era menor en mi país y que quería ser marino. Su contestación me dejó de piedra, “En mi barco no”

Pasé los cuatro meses posteriores entre turnos de trabajo en cubierta, destripando bacalaos, comiendo y durmiendo lo que se podía. Durante ellos no fumé un solo peta. Un amanecer que estaba de cubierta, volví al camarote y lié uno, que por cierto estaba seco como una piedra. Volví a cubierta y me lo fumé en proa; hacía tanto tiempo… Fue un amanecer precioso que tuvo un final amargo. A media mañana, después de almorzar me llamaron al puente. El capitán me espetó, huele usted mal, ha fumado droga en mi barco y eso no lo consiento. Una vez es un error, dos son negligencia. Si quiere seguir a bordo ya sabe lo que tiene que hacer.

Abochornado fui hasta el camarote, cogí la china que llevaba y solicité permiso para subir al puente y ver al capitán de nuevo. Una vez en su presencia, le entregué la china y le dije que sí quería seguir a bordo, más aprovechando que pronto arribaríamos a St. John, en Terranova, para hacer consumo: aprovisionarnos de fuel, comida, etc. Con su permiso, abandonaría en el puerto el barco, añadí de paso que lamentaba haberle defraudado y había sido un honor servir a su mando.

En ese momento fue la única vez que le vi relajar el gesto, casi sonreír cuando me contestó: “Le agradezco el gesto y recuerde para futuras travesías; Navegar, navegar. Cerveza, cerveza. Cada cosa tiene su tiempo”. Sigo aplicando esa máxima en mi vida de hoy. Añadió que, sin problema, en St. John tendría mi sobre listo, y que si lo deseaba podía aguardar allí las tres semanas que tardarían en regresar y no daría parte de desembarco al capitán del puerto hasta ese día, que lo pensase bien. Mi puesto estaría a mi disposición hasta entonces, y si no que buena suerte en el mar, saludándome con gesto risueño.

Me instalé en una pensión de las muchas del puerto, que tenía la planta de abajo todo bar y las habitaciones en la superior. Estaba tranquilo, era mediados de octubre y los barcos estaban todos faenando. Mientras, yo tomaba café tras café sentado en una mesa meditando el camino a seguir. A los dos días tomé la decisión, ya estaba en Canadá y nadie iba a preguntarme nada si me movía e iba al continente, así que cogí un autobús y me dirigí hacia el Oeste, quería ver los Grandes lagos y después cruzar América hasta el Cabo de Hornos y verlo.

Lo conseguí, pero esta es otra historia, solo os contaré que pasé EE.UU a toda velocidad y que no fumé algo de hierba local hasta llegar a México, una hierba dorada, beige rojiza de colocón fuerte, y más tarde en Panamá una hierba que era muy oscura, pero tenía un sabor muy agradable y un colocón flojo que a la vez daba marcha. Andabas con energía mientras la mente divagaba un poco. Fueron tiempos felices.

En el camino de vuelta al norte, hice escala en México DF, me había quedado sin efectivo y como tenía unas tías allí las visité para pedirles dinero. Y ese fu e mi gran error, pues mi madastra andaba loca buscándome y en una semana estaba en un avión de vuelta bajo su tutela. Pero bueno ya tenía 20 años, en uno más sería libre.

Continué con mis estudios; Llegaron las prácticas y por fin el mar de nuevo. Ya nunca más, salvo breves estadios en tierra, lo abandonaría. Mis prácticas fueron en un barco con destino Valdivia, volvería a ver Hornos, y doblarlo al Oeste como los legendarios marinos de las lecturas de mi niñez. Una vez arribados allí, despachamos salida en lastre para Cartagena de Indias, donde cargaríamos de nuevo. Allí compré hierba a un negrito, la Roja la llamaba, potente y fuerte. Apliqué el consejo de mi primer capitán y sólo la fumaba en mi camarote. Tenía una propia, abriendo bien el ojo de buey y echando el humo fuera para no dejar rastro, la mayor parte del tiempo sin ropa de trabajo, pues no sabéis lo finos que suelen ser los sentido olfativos de los marinos.

Acabaron bien las prácticas y la carrera. Comenzó la profesión y maría pasó a un segundo plano; La Mar es un lugar serio, que no admite descuido alguno, pues puede costar la vida, si no a ti a alguien bajo tu mando, con eso no se juega.

En Ciudad del Cabo conocí la hierba sudafricana en todas sus amplitudes. Estuvimos allí un mes atracados y yo dispuse de mucho tiempo en tierra, donde fumar a nadie le importaba. Mis compañeros se iban de borrachera y putas, mientras que a mí me daba por pasear fumado por su costa, cada uno es como es. Su sabor me atrapó entonces, ese fresco mentolado a la vez que amargo, su lucido colocón, que produce sensación de bienestar y te deja hacer cosas. Por eso me gusta la Syrup de Buddha Seeds, me la recuerda en grado sumo y sus efectos también.

Durante unos años hice la ruta del Havre a Nagoya en Japón, pasando por Singapur. He conocido muchos puertos de Tailandia, Vietnam, India. Y en todos he conseguido Hierba, Ganja o mangla, como la tierra que las produce. Más nunca tuve tiempo de preocuparme como os dije antes de genéticas o nombres de variedades, Sátivas o Indicas, tan solo de cómo la llamaban donde comprar quería. Casi nunca la fumaba a bordo del barco en que navegaba; mi costumbre era empaquetarla bien, y en los meses de permiso fumarla en mi casa con mi mujer.

La vida en la mar tiene muchas leyendas, la mayor parte románticas, pero es una vida sin descanso. Un barco parado no da dinero, nada más arribas a puerto comienzas a planear la salida. Muchas cosas requieren tu atención y no te da tiempo para veleidades, mucho menos para estar colocado, un error tuyo puede resultar fatal para otro. Los turnos de guardia se suceden sin pausa y el trabajo a bordo no para en las 24 horas del día. Como veis, tiene poco de romántica, pero eso sí, ves mundo, pero la mayor parte de las veces es una mancha gris en el horizonte o una costa a la que arribas, y su puerto; el resto, como todos, te lo imaginas.

Debo deciros que para mí no existe sensación más placentera que sentir vibrar la caña en mi mano, saboreando un buen peta y dejándome llevar las escotas sueltas a viento… Los Mejores Humos desde mi ensenada en Cantabria, ¡y boong a vuestra salud!

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