Cáñamo chileno: patrimonio material de la humanidad

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05 Sep 2014

Chile fue un país destacado por sus cultivos de alta calidad cañamera. Miles de obreros trabajaron en la Zona Central para ello. Pero la introducción de fibras sintéticas, presiones prohibicionistas y robos de cogollos significaron el ocaso de ese orgullo local.


Por Nelson Rivas

El cáñamo llegó al continente americano con los conquistadores españoles. Desde temprano introdujeron diversas especies usadas en Europa, entre ellas el cáñamo. Se cosechaba cáñamo para confeccionar jarcias, hilos y ropa, entre otros productos.

En el proceso se destacó la intervención del navegante genovés Juan Bautista Pastene, que llegó a Chile en 1545 contribuyendo al reconocimiento del territorio hacia el sur. Una vez concluidas sus expediciones estableció en 1550, en lo que hoy conocemos como Curacaví (comuna al norponiente de Santiago), su fábrica de Jarcias y Frazadas, activa hasta su muerte en 1580.

Cáñamo en la Colonia latinoamericana

La llegada del siglo XVII trajo la consolidación de la ocupación española. El Valle Central comprendido por el río Aconcagua (parte sur de la Quinta Región de Valparaíso) hasta el río Biobío (parte norte de la Octava Región del Biobío) fue elegido para abastecer a la colonia gracias a sus fértiles tierras.

En 1605, el Gobernador de Chile Alonso García Ramón, en el Corregimiento de Quillota, comenzó a tascar e hilar cáñamo para la fabricación de jarcias y de mechas para los arcabuces del ejército español.

García Ramón logró el tránsito del cultivo del algodón al del cáñamo, lo que trajo consigo una diversificación en los productos que se confeccionaron. Además de jarcias, velas y cuerdas, se fabricaron ropa y aceite. Las mejoras técnicas permitieron alcanzar tres cosechas anuales, las favorables condiciones que encontró el cáñamo en Chile también ayudaron. Por entonces, se podía abastecer no solo al mercado interno sino a varios mercados de la colonia española.

Hacia 1645 se exportaban a España 27.300 quintales de cáñamo, pero hacia fines de ese siglo la cantidad cultivada, “disminuyó mucho y el Rey para levantarlo daba terrenos a condición de que se hicieran siembras de cáñamo y lino”, escribió Juan Luis Espejo en su “Monografía de la Chacra Los Nogales”. En 1777, durante el gobierno de Agustín de Jáuregui y Aldecoa, se recibió desde España la primera Real Orden sobre Cáñamo y Lino, para que “los indios y demás castas de los pueblos se apliquen a la siembra, cultivo y beneficio del cáñamo y lino para que estos frutos se puedan traer a España (…) para fomento de la fábrica de lienzo, lonas y jarcias.”

El rol del cáñamo en la historia chilena

Finalizado el proceso independentista, Chile se vio en una situación económica dramática. Durante el gobierno de Bernardo O´Higgins el cáñamo se transformó en un producto de primera necesidad para obtener ganancias que ayudaran a sustentar el país.

En 1822, O´Higgins firmó un decreto llamado “Contrato de Cáñamo propuesto y aceptado por el gobierno” donde el Estado fomentaría el cultivo. Se buscó el incentivo hacia los agricultores y dueños de grandes extensiones de tierra y se permitió importar maquinarias y utensilios para beneficiar la actividad cañamera. Estas mejoras permitieron durante el siglo XIX destacar al cáñamo chileno gracias a la calidad de su fibra, llevándolo a ser reconocido como uno de los mejores del mundo.

Auge y decadencia del cáñamo en Chile

Durante el siglo XX el cáñamo perdió terreno frente al cultivo cerealero. En los años veinte Juvenal Valenzuela visitó cada fundo, hacienda y chacra de la Zona Austral, entrevistándose con cada propietario de estas tierras. En aquellos años el 10% de las personas eran propietarias del 90% de la tierra. Para los años 1920 y 1921, Valenzuela destacaba a la provincia de Aconcagua, específicamente la ciudad de Los Andes, liderando la producción de fibra y de semilla. San Felipe era la segunda ciudad que precedía Putaendo. En la Zona Central, exceptuando la Provincia de Aconcagua, la única que mostró algún indicio de cultivo constante fue la siempre cañamera Quillota, también Lontué y Cachapoal.

Con la crisis económica estadounidense de 1929, que a este territorio llegó en la década de 1930, el comercio del cáñamo bajó considerablemente. Para contener los embates de la crisis durante 1932, la Caja de Comercio Agrícola elaboró un completo manual para reactivar el cultivo y beneficiar al cáñamo. “La producción de cáñamo aumenta la rentabilidad de los predios rústicos; al mismo tiempo se aprovechan con mayor intensidad los suelos agrícolas de gran valor, traduciéndose todo esto en positivo beneficio para el agricultor, para el industrial y para la economía nacional,” dice el manual.

La entrada de Estados Unidos a la Segunda Guerra Mundial fue beneficiosa para la industria del cáñamo. Entre 1941 y 1943 las hectáreas plantadas aumentaron considerablemente pasando de 8.468 a 20.340.

En 1946, la Dirección General de Estadísticas censó a 1.468 obreros y 103 empleados en las fábricas de cáñamo y para el año siguiente la ocupación llegaría a 1.567 obreros y 112 empleados. En la década del 50’ se crearon viviendas en torno a los cultivos. Pero en este decenio también se vio el declive de la industria debido a lo barato que salía importar el cáñamo ya manufacturado, la entrada de hilos sintéticos y también por la masificación del consumo de cannabis con fines lúdicos.

El fin del cultivo industrial de cáñamo en Chile

El consumo del cannabis por parte de la juventud decantó en una explosión de viajes a los terrenos agrícolas del Valle Central. En la sexta región algún “tío hippie” les puede contar estas aventuras de sacos repletos de cogollos que se traían a la capital. Pero esta práctica ayudó a contribuir al final de una industria que llenó de orgullo al territorio chileno por siglos.

Desde fines de la década de 1960, los gobernantes presionados por los intereses prohibicionistas norteamericanos llevaron a la industria local al ocaso en medio de la internación de las fibras sintéticas por parte de las transnacionales norteamericanas, y así llevaron a la miseria a nuestro campesinado cañamero.

Las autoridades ilegalizaron el cannabis con la ley 17.934, promulgada bajo el gobierno de Salvador Allende, reprimiendo el tráfico y criminalizando usuarios y cultivadores.

La dictadura de Augusto Pinochet aprobó la ley 18.403 en 1985, endureciendo las penas. A pesar de las leyes y la represión, se intensificó el tráfico de drogas duras en gran parte del territorio nacional. En democracia nació la ley 19.366 de 1995 y la que rige malamente hoy en día, la infame ley 20.000.

Quienes soñamos con restituir un cultivo que nos pertenece a nivel social, cultural y económico, deseamos reactivar este eslabón de la cadena productiva, no solo como un fomento económico sino y sobre todo para reactivar a la gente con un pasado cañamero que sigue añorando. Pero esta idea no es nostalgia porque podría ser futuro.

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