BOCI: Un club cannábico con amor

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13 Dec 2019

Mano a mano con los BOCI del norte chileno En la norteña ciudad chilena de Arica una pareja se puso al hombro la cuestión de ayudar a quienes necesitan al cannabis como alivio. Hicieron su club de cannabis para propagar. Y sobre todo para enseñar a las familias y usuarios a hacer lo que necesitan. Con una membresía bien baja y el corazón bien arriba, el club BOCI es el más antiguo de Chile.


El club cannábico BOCI fue el primero en su especie en Chile. Actualmente funcionan algunos que tienen cientos de socios. Pero Gabo y Jersey van por otro camino. Al norte de Chile, en la frontera con Perú, la ciudad de Arica es la última localidad chilena antes de entrar a tierras incaicas.

Es una localidad con gran playa de fuerte oleaje bañada con todo el poder del Océano Pacífico y rodeada de la arenisca de Los Andes. El lugar es el preferido de la Policía de Investigaciones (PDI) para hacer lo suyo.

“La droga”, sea la que sea, es como un trozo humeante de carne para esos sabuesos que olfatean todo y van por ella como los mastines con hambre. Por toda esa violencia es que los integrantes de BOCI prefieren hacer todo transparente. A escala humana, controlable, digamos.

Desde 2016 tienen personería jurídica bajo la ley 20.500. Y desde entonces ayudan en la provisión de esquejes a una veintena de socios. Además de hacer talleres para extracciones y cultivo. Son dos activistas convencidos.

El club cannábico BOCI no se esconde

“Nosotros no nos hemos escondido tras bambalinas. La única manera que las autoridades no te apunten con el dedo es que sepan lo que estás haciendo.

Siempre mencionando lo que es básico: que no hay tráfico, que nadie compra marihuana en BOCI y que no hay forma que saques un solo gramo de material vegetal”, dice Gabo, el grower del club. “Tampoco vendemos clones”, aclara Jersey, su pareja. Ambos son los padres cuidadores de las plantas, fundadores del club, activistas y amantes del cannabis.

“Tampoco hacemos extracciones porque no queremos tener problemas con el Instituto de Salud Pública (ISP). Por eso hacemos talleres. Las personas vienen con su materia vegetal y se hace el aceite personalizado”, explica Gabo. “Vamos de la mano de la legalidad”, acota Jersey. Van “hasta donde permite la ley 20.000, que es muy explícita y muy ambigua también”, se lamenta Gabo.

Cuanto más cerca de una frontera más ambiguas se tornan las leyes antidrogas. “Aquí es zona de tráfico. La mirada de la ley está puesta en eso. A diferencia de otros clubes en Chile no tenemos ni 100 ni 200 miembros, porque es difícil de manejar.

Los clubes caminamos en una delgada línea entre lo legal y lo ilegal. Cuando las autoridades nos quieren llevar al círculo vicioso mostramos que trabajamos bien. No hay daño a la salud, ni enriquecimiento ilícito o asociación para delinquir, no hay nada que hacer para fastidiar”, señala muy convencido Gabo.

Hacer las cosas bien “es una necesidad imperiosa. Los clubes trabajamos bajo la ley 20.500 de asociaciones sin fines de lucro y parte del trabajo es social”, explica el grower.

BOCI: cómo nació el club cannábico

Estos dos activistas se integraron a la ONG SPA en 2014 y fueron parte de la coordinación Cultiva Tus Derechos Arica. Ideales y visiones los apartaron de estos colectivos. Ellos querían hacer un club con todo transparente, sin andar escondiéndose. En 2016 mostraron su cultivo a todo el país. Lo hicieron de puertas abiertas.

Pero antes de eso, durante “2014 y 2015 tuvimos la idea de los cultivos colectivos según lo que habíamos visto en España. Y también lo que interpretábamos de la ley 20.000 (la ley anti drogas chilena). Entonces le propusimos a diferentes organizaciones hacer un cultivo colectivo”, señala el grower de BOCI.

En ese momento llegaba gente para pedirles marihuana y ellos tenían miedo, querían que la tierra se los tragara. La cosa era seria. Familiares de pacientes y personas con diversas dolencias los requerían. Ellos querían ayudar, pero sin caer en nada ilegal.

Así que empezaron a comentarle a quienes los requerían que lo mejor era que cada quién cultivara lo suyo. Pero la gente no sabía cultivar. Así que empujaron ese carro pasándole sus conocimientos a la sociedad.

Jersey recuerda aquel tiempo fermental, cómo y por qué tuvieron que cambiar la pisada para seguir andando. “Veníamos trabajando con las organizaciones. Pero ya estábamos apoyando a ciertas mamás con materia vegetal. Las apoyábamos por medio de talleres. Y queríamos continuar de esa manera.

Y que las organizaciones reconocieran el cultivo colectivo que teníamos para abastecernos. En ese momento no se sabía muy bien de qué manera proceder. De qué manera llevábamos todo adelante al pie de la ley y sin perder autonomía respecto del cultivo colectivo. Las organizaciones no creyeron en el proyecto y decidimos hacerlo solos. Así nació BOCI”.

BOCI, el club cannábico de Arica comienza a funcionar

Desde entonces auspiciaron el autocultivo activamente, es decir mostrándole a la persona que necesitaba su cannabis cómo es el ciclo de cultivo, el crecimiento, la cosecha, el almacenamiento y procesado de la planta. Los interesados también traían sus propias semillas y participaban de los talleres de extracciones.

Gabo explica que ese modelo germinal. “Fue un prototipo de cómo queríamos funcionar. Y empezamos a ahondar más. Hablamos con la FAC de España y nos explicaron un poco, bajo sus ámbitos legales, cómo estaban funcionando. Da la casualidad que en Chile la salida de la lista II (de fiscalización internacional) del cannabis y la ley 20.000 nos permitía ese prototipo”.

Los BOCI estaban mirando el cultivo colectivo de cannabis de Fundación Daya en La Florida con mucho entusiasmo. Y se lanzaron.

—¿Cuál es la forma de trabajar que vienen manteniendo desde el inicio?

G: —Nosotros queremos trabajar en comunidad. A raíz de cómo hemos funcionando asumimos que no lo hemos hecho mal. Ganamos varios espacios. La ciudad de Arica nos abrió un espacio adentro en la televisora pública. Cuando salimos al aire algunos se les pararon los pelos de punta. Decían: que “el tipo ese con rastas…”. Pero a nosotros nos toca re educar a la sociedad y no hay mejor forma que decir la verdad. No hay misterio.

J: —Mantenemos la vivencia con la realidad: el trabajo en la comunidad.

G: —Hemos sido invitados a la comisión de salud del Congreso en Perú para exponer cómo funcionamos como sociedad. Ellos estaban estudiando un reglamento para el cannabis medicinal.

—Parece que casi todos se esconden menos ustedes. ¿Por qué?

G: —Donamos, no nos escondimos. Siempre lo hicimos a punta de lanza. Es un trabajo bastante cansador. Son pocos que te dan fe en lo que haces. Tienes que olvidarte de muchas cosas, nosotros tenemos nuestros lineamientos. Si mañana viniera Monsanto y me dijera que quiere que cultive para ellos sería una locura. Yo no podría hacerlo. Me sentiría mal conmigo mismo.

— ¿Cuál es la responsabilidad de desarrollar un cultivo orgánico pensado para el ámbito terapéutico?

G: —Para el cultivo usamos métodos lo menos invasivos posibles. Los productos son de una línea en base a extractos de plantas, semillas y flores, son inocuos, amigables, no tienen riesgo. Trabajamos con trichodermas y micorrizas que nos ayudan a proteger las plantas. Porque lo que necesitas a la hora de sacar materia vegetal es que no presente rastros.

Cuando se dice que se aplique el aceite de neem en la planta, dudo. Nadie ha hecho un estudio de cuánto tiempo se queda dentro el aceite de neem o si puede provocar un daño. No hay laboratorio ni universidad que hayan hecho ese estudio. Tratamos que la planta antes de la cosecha use la menor cantidad de productos posibles. Usamos diatomea o azufre, productos bastante amigables con el cuerpo.

—¿Cuál es la responsabilidad que tienen al buscar un estándar un terapéutico?

G: —Los estándares cambian porque lo que necesitas primero es materia vegetal de alta calidad eso se consigue teniendo en tu cultivo los factores que lo permitan. Es una producción libre de pesticidas y limpia con ingreso controlado.

—¿Cuál es el gran trabajo cotidiano que hacen?

—Tenemos que completar los ciclos de clonado. No tenemos plantas madres. Hacemos un ciclo de clones que van saliendo de 10 a 15 días. Es una cosecha continua. No te digo que en inverno se coseche de maravilla. Pero puedes tener cultivos todo el año en Arica.

—¿Cuántos socios tiene BOCI?

G: —Podría decirte que ahora hay 20 miembros activos. A unos 8 o 10 se les dispensa materia vegetal. Y el resto usa la fundación para obtener genética, clones. Nosotros tenemos esa facilidad. Con un aporte de 5.000 pesos (siete dólares estadounidenses) puedes tener acceso a una genética seleccionada con más de cinco años que proviene de una buena producción, bastante resistente a plagas. Lo hacemos así para que el paciente disponga su tratamiento de la manera más fácil y económica.

Nos centramos en el autocultivo, le pedimos al socio que cultive. No se dispensa materia vegetal.

—¿Qué proceso tuvieron que pasar los socios para ser aceptados?

J: —Cada uno tiene una ficha. Y pasa por una entrevista con la psicóloga antes de ser parte del club. Una vez que pasa la entrevista debe completar los requisitos terapéuticos. Tenemos contacto directo con los médicos especialistas en el sistema endocannabinoide. Pero no aceptamos recetas sin diagnóstico.

La persona enseña su caso porque hay pacientes que requieren un tratamiento gratuito porque están solos, son mamás solteras o porque están ayudando a alguien. Estudiamos el caso también con una asistente social. Siempre ponemos el énfasis en el autocultivo con esa familia.

—¿Es parte de lo que hacen abrir las puertas a la sociedad?

G: —Nosotros nunca quisimos que nos vean como traficantes. Cuando uno cultiva creen que vas a venderles. Pero esto se hizo así porque queríamos que el estado se diera cuenta que el pueblo podía trabajar ordenadamente. Había dos caminos o hacer la cuestión silenciosa y esperar que las autoridades se dieran cuenta. Y que la cosa fuera peor. O pararse de frente y decir: `estamos haciendo esto. Pero no traficamos ni vendemos´. La resolución fue decir la verdad y mostrar todo a la opinión pública.

Cuando empezamos BOCI había campaña para alcalde y senadores entonces nos juntamos con estas personas. Hacíamos charlas, entre ellos con ellos José Miguel Insulza (Partido Socialista) y José Durana (UDI). Tuvieron conocimiento que existíamos. No podíamos decirle a la ciudadanía que teníamos que escondernos, teníamos que mostrarle a la gente que podíamos funcionar sin la etiqueta de traficante.

—¿Cuál entienden que es la misión de BOCI?

G: —Nosotros tenemos una misión como activistas: proteger el autocultivo. Si soy director de un club mi trabajo es defender el autocultivo como fundación. Me queda como obligación moral llevar el estandarte del autocultivo, aunque pese.

El conocimiento es poder y creemos que el pueblo tiene la necesidad de autogestionarse. Eso es lo que pensamos. Que nadie piense que por ser un club acá se vende. No. Acá no se puede vender marihuana. Uno tiene que trabajar de acuerdo a eso. Esa es mi perspectiva.

—¿Como sostienen financieramente el club?

—Todo esto se mantiene con los aportes de los socios y obviamente con la inversión de lo que nos deberían pagar como growers. Porque en BOCI hay 20 socios y aportan entre 10 y 8. Y las membresías no son altas. Creamos esto con mi compañera… Esta casa ya no es nuestro hogar. La cocina está llena de clones. Hay armarios en el living. Ya no hay muebles. Solo hay uno en el segundo piso. Hay cariño hermano.

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