América cultiva a cara de perro
En América Latina se esconde un monstruo que se deja ver a veces. Lo conocemos por prohibicionismo. Sus formas son tan dulces, tan enquistadas en lo bueno, lo deseable y lo milagroso, que perdemos la perspectiva como sociedad. Pero hay eventos que nos abren los ojos. La represión, como la de mayo en Lima y en Santiago o las trabas burocráticas en el modelo uruguayo, hacen que el prohibicionista que nuestras sociedades llevan dentro se despierte.
Basta ver el ejemplo de Chile, son los cultivadores y las asociaciones de cultivo las que llevan el tempo en esta marcha. El gobierno bosteza, hace años; probablemente ya esté dormido. Se propusieron leyes, se tijeretearon esas mismas leyes, se habilitó lo comercial mientras se reprime a los usuarios, las comisarías del hemisferio americano siguen llenas de gente, sobre todo joven, sobre todo vulnerable. [caption id="attachment_3857" align="alignnone" width="500"] Foto: Jeremy Garrido.[/caption] ¿Qué cambió? Algunas leyes cambiaron. También se flexibilizó el control. Hay debate público. Pero se sigue hablando de grandes ideales que protegerían a la población de algo que ya hace y seguirá haciendo. Y no le va tan mal, tomando en cuenta que muere más gente por medicamentos prescritos que por drogas ilegales. Los burócratas se esconden tras un manto de sospecha permanente. Para ellos hablar de drogas es hablarse a sí mismos más que hablarle a la ciudadanía que necesita políticas pragmáticas para enfrentar la fragmentación de la sociedad, con todos los matices posibles que hay entre la exclusión y la inclusión en América Latina. Es triste admitir que la llave la tienen muchas personas que se niegan a problematizar un asunto tan grave por las magnitudes de la política económica que implica. Pensemos en el narco. O en el lobby de las farmacéuticas. O en la sobrevivencia de los campesinos paraguayos atados de pies y manos a un modelo injusto, casi feudal. El prohibicionismo es el alma de un demonio vestido de princesa, aunque ya bien entrada en años, que ha perdido unos dientes y huele bastante mal, por cierto. De las flores de los cultivadores latinoamericanos ya salió la respuesta. Es hora de que la burocracia escuche a las flores nuevas para no repetir el fracaso de los romances viejos.