Ama´ndolaMaría: un club cannábico obrero en la costa de Uruguay

25 Jan 2020

“Buscamos producir marihuana de alta calidad al precio más bajo posible”


¿Cómo sería un club legal para producir marihuana? ¿Cómo debe funcionar? Esas son algunas de las preguntas que muchos se pueden hacer legítimamente. El único país del mundo que lo permite, sin más restricciones que las administrativas, es Uruguay. Por eso fuimos a conversar con Guillermo Amándola. Un breeder muy premiado en copas que ahora es el responsable en uno de los 142 clubes que ya funcionan en Uruguay y abastecen a 4.137 fumetas legales.

Guillermo Amándola es el Master Grower de un club cannábico legal en Uruguay que funciona hace tres años. Tiempo en el que han cosechado 68 quilos de marihuana legal. También han completado el cupo de 45 miembros que permite el estado uruguayo. Llegaron a su tope después de hacer las inversiones que el estado los obligaba y también las que el tipo de cultivo requería.

Armaron el club entre los amigos con quienes antes Amándola hacía trueque. Ahora vive de los ingresos legales que le da el club de marihuana legal. Y también lo hace otro cultivador que están día y noche pendientes de sus plantas en más de 500 metros cuadrados que celan como a nadie ni nada en el mundo.

Trabajar como cultivador legal es uno de los placeres más grandes que carga Guillermo Amándola en sus hombros. Ser el responsable de abastecer a 45 personas de marihuana es su pasión. Hace ya años que su arte cannábico da tan buenos frutos que ha ganado varias copas a lo largo del tiempo. Pero esas copas para este cultivador no tienen la misma satisfacción de ser el responsable de abastecer legalmente de marihuana a sus amigos.

Entre sus pasiones también cuenta con una buena selección genética que ha conseguido, no solo por los grandes cultivadores de paso por su país, sino por los viajes que los propios socios del club cannábico han hecho por el mundo. El Master Grower del club cannábico Ama´ndolaMaría ha estabilizado muchas de ellas. Tiene seis cruces propios de los que también se siente orgulloso. De esto es que entrevistamos a Guillermo Amándola, un cultivador (disculpen el cliché) de la planta.

— ¿Cómo y por qué nació el club?

— El club empezó por algo muy sencillo. Los amigos que siempre me decían: “Guille convidame con unas flores que te lo cambio por un asado”. El típico qué necesitás de los amigos. El famoso trueque de amigos. Y como era el que cultivaba más prolijito a los amigos les gustaba mi marihuana. Cuando empezó a haber una regulación, dentro de todo ese panorama pensamos en armar el club para hacerle frente también a la regulación, la burocracia, la parte jurídica, los estatutos, presentarlos, que los avalen, eso llevó tres años. Y ahora tenemos tres años de caminar libremente.

—Sufriste una detención súper abusiva en 2015 y estabas registrado como cultivador de cannabis. ¿Qué te despertó ese mal trago?

—En el 2015 la policía me detuvo. La policía entró a mi casa de forma violenta y eso salió en la prensa. Y terminó siendo un impulso. Yo había ganado varias copas cannábicas y me comí ese allanamiento. Ahí pensé que tenía que terminar con lo de convidar a los amigos y el trueque. Esto me llevó a pensar en el trabajo, en el profesionalismo. En dedicarme todos los días a la jardinería para llevar el pan a casa. Por eso soy un profesional, no por las copas. Pensé en llevar el proyecto más para adelante que solo competir.

Lo peor que podés hacer es pegarme porque me retobo más. Cuando me hicieron el allanamiento fue como para sacarme las ganas. Pero fue al revés me llenaron de energía. Armé el club y empezó a funcionar. Cada vez llegaron más compañeros. Hoy día llegamos al tope de los 45 socios que permite la ley de regulación del cannabis. Fue un gota a gota.

El motivo real para fundar el club fue que todos querían fumar mejor marihuana de la que estaban fumando y de una forma más segura. Muchos habían tenido hurtos y todo tipo de malas experiencias y pérdidas de cultivo. Porque una cosa es tener un cultivo como tenemos ahora con más de 500 metros cuadrados tapados, y otra es estar expuesto a la intemperie. El año pasado hubo cosechas perdidas por completo por las tormentas y el viento. Por eso proyectamos y buscamos este club que somos hoy, un club obrero. Buscamos producir marihuana de alta calidad al más bajo precio posible.

Otra de las alegrías es que este trabajo me permite pagar la comida de mi casa. También para otro compañero que cultivaba en Argentina y tuvo malas experiencias y se vino a Uruguay para encontrar mejores experiencias amparadas en la legalidad.

Poco a poco fue saliendo.

—Hubo muchas cosas que no estabas acostumbrado a hacer como tantos trámites a nivel estado… ¿Cómo te fue con eso?

—La burocracia del estado es casi una burla. En ninguna asociación civil se meten adentro y le dicen que más de 45 personas son peligrosas. 45 cristianos no son peligrosos, pero 45 fumetas son peligrosos. Parece que pueden hacer algo para delinquir. Es ridículo.

—¿Decís eso porque la ecuación económica para un club de 45 miembros no es tan sostenible como debería ser?

—Con este esquema es ficticio. A nosotros apenas nos da para subsistir. Este club es redituable porque, entre otras cosas, no le cobro el alquiler al club. El club funciona en mi casa en 520 metros cuadrados. Y lo tuve que separar del resto de casa. Tuve que hacer un nuevo padrón en Catastro en mi propia casa para albergar el club legal. Hicimos una inversión de 10.000 dólares en un año. No tuvimos prestamos de nadie, ni Pymes, ni de nada.

—¿Eso por el estatus todavía ilegal de la marihuana para el sistema financiero?

—No. Por estatus económico de los socios del club. El club es sostenido por el grupo. La mano de obra es benévola porque la hago yo. Esto se necesita de materiales, esto necesita inversión para pagarle al ayudante, esto otro es lo que hay que pagar para hacer la obra y declararla. La primera inversión fue de 10.000 dólares. La segunda de 7.000 y pusimos unos 4.000 la segunda. En tres años el club ha crecido así. Con los aportes y el trabajo de los socios.

—¿Cuánto cosechaste legalmente en el club?

—Cosechamos 68 quilos. 21,8 kilos por año. Es lo que necesitas para darle 40 gramos al mes a 45 personas que es lo que permite la ley.

—¿Qué hay plantado en el jardín?

—Tengo mucha landrace sativa. Plantas que son únicas. Ejemplares típicos de distintas partes del mundo. Varias land-race, como la punto rojo, que se han adaptado a esta zona. Pero también tenemos híbridos y plantas únicas que han llegado a nuestras manos, muchas han sido campeonas y fueron desarrolladas en Uruguay.

—¿Cuántos cruces únicos tiene el club?

Seis cruces que han sido estabilizados. Mantenemos la planta madre y sacamos clones constantemente. Es una forma de mantener viva la estructura vegetal.

—¿Qué es lo que más piden los socios?

—Sativas. Hay una madre de tallo rojo, que estoy fumando ahora. Es una sativa al 75%. La Kosher Kush que es una planta que supuestamente arranca con el rabino y es utilizada medicinalmente, que tiene un alto contenido de THC. De cada parte del mundo siempre me han traído regalos.

—¿Cómo definirás el genotipo que le gusta a los socios del club?

— Son sativeros. A pesar que está muy de moda el Kush. Siempre se llevan también algo “kushero”, índico, OG, algo diésel. Lo bueno del club es que tenemos todo el paladar del cannabis. Por acá han pasado más de 120 especies estadounidenses, europeas, africanas, australianas. Es una selección mundial.

Somos 45 fumetas y muchos de los socios viajan. En sus viajes traen semillas de regalo de todos lados del mundo. Y eso para mí es lo más apreciado que me pueden traer.

—La humanidad siempre viajó por o con semillas…

—Claro, como en la ruta de la seda hay una ruta del cáñamo. Por algo ahora ha llegado acá y hemos mantenido intactos varios fenotipos. Y elegimos. Si la gente quiere fumar Punto Rojo lo va a fumar. La misma planta de siempre. El que quiere fumar una paquistaní la va a tener, tenemos una planta famosa por su hachís violeta.

—¿Hablas de otra cosa que no sea de marihuana?

—Es una pasión. Me ha dado oportunidad de crecer y conocer gente que nunca pensé en conocer. Para mí, de verdad que es una planta santa. Es una de las tantas plantas santas. “Amándola”, además de ser mi apellido es amar a la madre tierra y los frutos que nos han acompañado. Los cultivos que han acompañado a la humanidad son la papa, el maíz y el cannabis. Por algo va con nosotros. Por algo cuando el niño toma teta hay muchos cannabinoides en esa leche materna. Si nos habremos fundido en la historia del tiempo con planta que está adentro nuestro.

El cannabis me lleva a la consagración de vibrar en el mismo espectro de un montón de gente. Es una planta santa que es tan medicinal que todo el mundo le ha dado  bombo. Yo creo que hasta el fumador recreativo es medicinal. Busca calma.

—¿Qué te ha dicho la planta?

—Por ahora la planta no me ha dicho nada. Pero me ha enseñado varias cosas como la perseverancia, el mantenerse, el regenerarse y salir adelante. El cambiar el ciclo para volver. Esas cosas me ha enseñado la planta. En Uruguay siempre se dijo que la marihuana no crecía. Ahora está demostrado que es un producto creciendo. Un mercado tan favorable que hay gente que está pensando en dejar de producir pollos y producir marihuana. Cuesta menos, tenés que usar menos mano de obra. Es más redituable. Muchos me han pedido para ver cómo modificar galpones y aprovechar las instalaciones y modificar. Que sea más redituable es algo bueno. Pero también es un problema.