Mis primeras caladas

Exitable
19 Aug 2014

Catar la marihuana es una de esas cosas que tenía anotada en la lista. ¿Qué lista? Pues esa en la que apuntamos mentalmente aquellas experiencias que deseamos probar antes de morir. Es como perder la virginidad, sacarse el carnet de conducir o graduarse. Es algo imprescindible, de un valor sentimental incalculable, que permanecerá por siempre en el recuerdo.


Catar la marihuana es una de esas cosas que tenía anotada en la lista. ¿Qué lista? Pues esa en la que apuntamos mentalmente aquellas experiencias que deseamos probar antes de morir. Es como perder la virginidad, sacarse el carnet de conducir o graduarse. Es algo imprescindible, de un valor sentimental incalculable, que permanecerá por siempre en el recuerdo.

Sin embargo cuando pregunto a mis amigos fumetas cuándo se fumaron un porro por primera vez, pocos saben responderme con exactitud. Pueden recordar quiénes fueron los que le incitaron a caer en la tentación y saber en qué época de su vida sucedió, pero es difícil acordarse del primer peta que caló por nuestros pulmones.

El primer porro es como la primera vez que haces el amor. Suele ser desastroso. Más de uno ha acabado con un K.O en la primera ronda. Con un amarillo de esos que hacen replantearte si de verdad eres lo suficientemente fuerte como para soportar la caña que le da a tu cuerpo el THC. Los viajes al Mercadona en busca de Coca Colas y chocolatinas eran bastante habituales en la época en la que yo empecé a fumar.

Aunque mi primer y último amarillo (hasta el momento) no fue en mis primeros pasos, sino más bien un día cualquiera, en mi casa, fumando un yerbón hidropónico de los que te dejan tieso con un par de calos. Era una noche de verano, de esas en las que sales en ropa interior al balcón a aspirar tuja. El par de gramos que tenía en mi mano eran gran reserva, me habían costado bien caros. Como a mi nunca me ha gustado el tabaco, le eché lo justo para poder tragarme el humo sin que me rascara la garganta. Un ‘'semi-verde'' precioso.

Por suerte estaba acompañada. Un porrazo para dos. Fumamos lentamente hasta que llegó a mi lo poco que quedaba del porro, la chusta. Pero yo no soy de desperdiciar. De repente empecé a ver puntitos. Puntitos amarillos sobre un fondo azulado. ¿estaría pillando paranoias? Pensé. Entre las lucecitas veía a la persona que tenía en frente. Movía la boca, pero yo apenas podía escucharle. ¡Ni si quiera mantenía el equilibrio!.

Fue un amarillo incompleto, pero juro que lo pasé fatal. Aprendí que para que estas cosas no me pasen hay que mantener la mente ocupada. Es curioso, pero en ese momento descubrí que mi cuerpo estaba acostumbrándose tanto a esta sustancia que ni siquiera había podido tumbarme. He probado bellotas del sur, costo, hueva, yerbas de diferentes sabores y colores y BHO, hasta el momento lo más parecido a un bajón que he tenido ha sido ver puntitos amarillos ¿debería cambiar de camello?.

Pero una buena yerba no solo tiene que ser potente. El sabor también es un factor importante. Para fumar a gusto es necesario que el porro sepa a gloria. Que con cada calada sientas el aroma de la marihuana. La sensación cítrica es mi favorita, suave, frutal y a la vez con un toque agridulce. Normalmente esto va unido al olor. Me encanta pillar y apestar a yerba. Guardármelo y automáticamente notar ese perfume a mi alrededor. La Skunk es una buena compañera de cama. Ideal para hacer buenos submarinos y acabar apalancada en el sofá. Sin duda estoy enamorada de ella.

Escondites anti-disturbios
Aunque no me acuerde de mi primer peta, si que recuerdo los lugares dónde comencé a probarlos. Y también el gran amor que sentía por mi querida amiga Crítical. Ella siempre me sacaba una sonrisa. Fue y será una de mis variedades favoritas. Nunca decepciona. El parque de al lado de mi casa es uno de los lugares que más yerba me han visto consumir. Aunque ahora ya es demasiado difícil fumar ahí sin que te pillen. Menudo trabajo, confiscar porritos mientras das paseos a caballo. Y luego se quejan.

Y es que también es fácil conmemorar entre risas la primera vez que los polis te pillaron con un porro en la boca. La mayoría cuentan rabiosos que les confiscaron el grinder, o el par de cogollitos que le quedaban para pasar el día. Lo mio fue algo más parecido a un sermón, una regañina. Mi amiga Laura y yo acabábamos de pillar 20 pavos, 20 pavos sabrosos y jugosos. Y nos fuimos al típico parque de fumados a catarlos. Nos sentamos y comenzamos a grindear. Y de repente, y como siempre, de la nada apareció un coche de la nacional.

Se bajaron y se acercaron a nosotras, no nos dio casi tiempo a reaccionar. Eran dos chicos jóvenes y guapos, que se acercaban con esos uniformes tan sexys. Mi amiga empezó a hacer como si hablaba por teléfono mientras yo la miraba con cara de ‘'¿pero que haces tonta?''. Sólo nos regañaron cuales niñatas. Que si nos liemos los porros en casa, que si aquí hay niños pequeños... ¿niños pequeños? Hacía años que no pasaban críos por ese lugar. No nos confiscaron nada, ni nos revisaron los bolsos, ni nos tomaron los datos.

La ventaja de ser mujer es que la gran mayoría de los policías son hombres, y los hombres suelen ser muy básicos. Cuando llevan esposas y porras ya se creen los amos del barrio, son varias las veces que han venido a confiscar y han acabado pidiendo el Whats App. Se pasean con sus coches patrulla y te echan miraditas, alguna vez un agente me ha regalado beso a distancia. Repito, son hombres.

Los porros son sinónimo de risas. Cuando nos fumamos unos cuantos entre amigos, siempre acabamos recordando viejos tiempos. Así que la próxima vez que hagáis una quedada cannábica, intentar acordaros de vuestros primeros petas, de como aprendisteis a liar, de todo lo que desparramasteis cuando no sabíais, y de cuantas veces os han pillado los polis por querer disfrutar de nuestra plantita tan querida.

 

Catar la marihuana es una de esas cosas que tenía anotada en la lista. ¿Qué lista? Pues esa en la que apuntamos mentalmente aquellas experiencias que deseamos probar antes de morir. Es como perder la virginidad, sacarse el carnet de conducir o graduarse. Es algo imprescindible, de un valor sentimental incalculable, que permanecerá por siempre en el recuerdo.

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