La marihuana como objeto viviente - Museo de la planta latinoamericano

Soft Secrets
06 Oct 2017

El Museo del Cannabis de Montevideo (MCM) es un espacio que abrió en diciembre para contemplar no solo la historia, los usos y las potencialidades de la marihuana en Uruguay y la región, sino que se transformó en un magnífico lugar de encuentro de gentes de todos lados.


Cada vez llegan a Montevideo más y más personas preguntando por esa cuestión tan loca de la legalización uruguaya. El museo abrió sus puertas para mostrar todo lo que el cannabis puede llegar a ser en un país donde el cannabis deja de ser estigma, aunque sigue siendo un asunto burocrático. La idea del museo surgió de Eduardo Blasina, un ingeniero agrónomo que tiene una de las consultoras de agronegocios más grandes del país.

Es un respetado técnico que, lejos de quedarse con los laureles de lo que su profesión demanda, amplió el horizonte. Cuando todavía el museo no había abierto sus puertas, se juntó a redactar uno de los dos proyectos que ganaron la licitación para plantar cannabis para el Estado. Y ganaron. Blasina ya no participa de Symbiosis, una de las dos empresas que ya están cosechando cannabis para el Estado, pero él y un reducido grupo de amigos suyos, hicieron que el museo abriera sus puertas.

El MCM surgió porque “como primer país que legalizó y reguló, sentíamos que el mundo nos iba a estar mirando y que era sumamente importante que la experiencia uruguaya fuera exitosa en todos los sentidos, de modo de facilitar y ayudar a que el proceso de legalización avanzara en todo el mundo. Nos parecía que una manera de contribuir al éxito de la experiencia uruguaya era generar algo que tuviera un peso cultural que permitiera que el público común viera que la marihuana no es solo una droga, sino que se enterara de los usos que la planta ha tenido durante miles de años”, explica Blasina. Los pilares del museo, según este particular ingeniero agrónomo, son “defender la libertad, defender la naturaleza y entender la diversidad”.

Adentro

Cuando se entra al MCM se accede a una miscelánea de todo lo que puede ser el cannabis, sus usos, pero también las influencias culturales que ha generado. Hay varios espacios temáticos, uno es para la bioconstrucción, otro para la historia de la planta, la controversia con el prohibicionismo y el resurgir del cannabis medicinal o recreativo de hoy. Hay secciones dedicadas al papel, alimentos y cremas, y otra sección para los usos textiles y de la navegación.

Hay una rueca que donó el Museo del Cáñamo de Ámsterdam, también fotos de mujeres trabajando la fibra. “Hasta la aparición del nylon todas las cuerdas eran de cáñamo”, recuerda Blasina. “Un amigo argentino trajo carretes de hilo de cáñamo. Se acordaba cuando con ese hilo hacía las cometas para remontarlas”. También hay un espacio para reivindicar la influencia del cannabis en la música o de la música en el cannabis, como quieran verlo.

También están en exposición los usos del bioplástico de cannabis, los alimentos, aceites y cremas. El MCM no se duerme. Las posibilidades del cannabis son miles. “No tiene nunca un final, siempre buscamos cosas nuevas, la diversidad de los productos es inabarcable”, explica Blasina. Muestra de ellos es la biblioteca que tiene en su acervo una interesante colección de libros, un muestrario de discos de música uruguaya.

Además, el MCM cuenta con un bar, una cafetería, cerveza artesanal y un patio donde a veces se prende la parrilla. También hay un jardín muy bonito no solo con plantas de cannabis, sino con “polémicas” plantas indoamericanas como tabaco, café, peyote o San Pedro. Blasina quiere que sea el jardín botánico del barrio. Hay frutas nativas del Uruguay, ceibos, plantas subtropicales que se adaptan a los cada vez más suaves inviernos; una de ellas es la Salvia divinorum, que resiste al frío junto al banano y la pitanga.

Yerba mate cannábica

Como es un museo en Uruguay, no podía faltar el mate. “Es la planta psicoactiva uruguaya por excelencia”, se ufana Blasina, porque sabe que en el pequeño país, popularmente la gente mirará con asombro y descreimiento antes de asentir que el mate sea una bebida psicotrópica. En el MCM cualquier visitante puede probar la yerba de cannabis de la que tanto se habló meses atrás. La yerba sabe a yerba nomás, tiene un toque distinto, no tiene un gusto nítido a cannabis porque los fabricantes no se animan a darle el gusto para ir gradualmente por las restricciones y la tonta burocracia que gobierna al Uruguay. “Falta mucho por explicar a la gente, la primera pregunta que todo el mundo hace es cómo pega la yerba con cannabis.

Es con hoja, y la hoja no pega. Como el símbolo del cannabis es la hoja, la gente piensa que se fuma la hoja. Hay que explicar lo del THC, el CBD. Poner de nuevo en el tapete que es algo hecho con hojas de cáñamo, que no tiene THC, que es como si fuera lechuga. Pero en Uruguay las cosas demoran el triple de lo que deberían. Todo el mundo probó la yerba, no tiene efecto psicoactivo. Pero el Ministerio de Salud Pública sigue demorando y demorando. Hay que seguir la militancia por las cosas que falta concretar.

La yerba y otros productos no tienen daño para nadie. Pero además al tener CBD, ese cannabinoide tan usado que no tiene efecto psicoactivo, se podría argumentar que es una yerba medicinal preventiva de problemas. Queremos seguir trabajando para educar, explicar y pedirle al gobierno que acelere los trámites de la yerba, de los fettuccini y tantos productos que emprendedores de Uruguay y el mundo quieren lanzar.

El cannabis para Uruguay tiene un potencial exportador increíble y se lo subestima muchísimo. Cuanto más tiempo se demore, se pierden oportunidades. Habiendo tenido la mejor legislación del mundo, no aprovechar todo el potencial que tiene es una lástima”, se lamenta Blasina. Presentaron la primera yerba mate con cannabis. Hicieron una degustación de la yerba “La Abuelita”, que contiene cannabis, y esperan por las trabas que siempre pone el Ministerio de Salud Pública ante cualquier cosa que no sea una pastilla hecha por una subsidiaria de una multinacional farmacológica. La yerba, aunque todavía no se pueda vender en los comercios como cualquier otra, se pudo probar en el MCM. “Queremos ser un espacio para que los que están llevando adelante un emprendimiento de cannabis, vengan y lo muestren”, dice Blasina.

De todo: cannábico

El MCM, que ya tiene unos cuantos galardones cannábicos en tan poco tiempo de funcionamiento, se colgó otro galón. Presentaron unos fettuccinis de cannabis y también un champannabis, un champagne de cannabis que trajeron de Mendoza, Argentina. “Es delicioso. Y ya que en Argentina no lo van a poder vender hasta dentro de muchos años, nos encantaría que Uruguay fuera el lugar donde se produjera y exportara un champagne con sabor a cannabis. Pero hay una actitud prohibicionista. Prohibir un sabor es algo tan absurdo como prohibir un color, una sensación”, explica Blasina.

“El país está extremadamente lento en desarrollar las potencialidades que tiene el cannabis”, dice el ingeniero agrónomo. “En lo textil es cuando la prohibición es más absurda. Que se prohíba generar telas para hacer camisas, sábanas o cortinas, es de los aspectos más ridículos de la prohibición”. En la casa de la calle Durazno 1784, en el barrio de Palermo, hay muchas otras historias que se entretejen. Ahí fue donde se armó Symbiosis, uno de los proyectos que terminó cosechando toneladas de cannabis que serán puestas a la venta a partir de julio.

Y antes de ser Museo del Cannabis era una casa abierta al barrio, porque allí funcionaba el club deportivo y social Mar de Fondo. La camiseta era blanca y negra; porque Palermo hace menos de 100 años tenía (y todavía tiene) un aporte de la nutrida comunidad afrodescendiente y también de los inmigrantes caucásicos que bajaban de los barcos escapando de la guerra, el hambre, y de una Europa que no podía alimentar a todos sus vástagos. El espíritu del club era bohemio.

La sede del Mar de Fondo acogía gente del candombe (el ritmo afrouruguayo por excelencia), del carnaval y de la música popular. Eduardo Mateo, un importantísimo músico uruguayo, también pionero en el uso de cannabis, dormía allí la siesta. La canción Siesta de Mar de Fondo, habla de ese tiempo muerto, de la brisa y la santa siesta montevideana. Mateo también vivió la represión contra las drogas, no fue el único, hubo unos cuantos que marcharon al psiquiátrico por usar cannabis en tiempos de dictadura. El Museo es nuevo, pero ya tiene mucha historia tras sus puertas.

También fue sede de las primeras reuniones de lo que luego sería la Asociación de Estudios del Cannabis de Uruguay, hoy disuelta entre la envidia de pueblo chico. Pero en el 2011, cuando la discusión política y social iba tomando forma, el MCM, antes de ser lo que es, ya estaba batallando para que en Uruguay las cosas fueran mejores. Y de eso también hay muestra en el MCM. Si estás en Montevideo y te querés fumar un churro, conocer gente y la historia de la planta en el mundo y en Uruguay, sería bueno que fueras al MCM.

No todo es cannabis

En el MCM también hay actividades que a primera vista nada tienen que ver con el cannabis. Por ejemplo, los llamados banquetes filosóficos, conversatorios para reflexionar sobre temas que merecen una reflexión. Antes eso se hacía en los bares, hoy aquellos lugares ya no existen, al menos como antes. Pero el MCM abre las puertas para la charla, de hecho, es un magnífico lugar para conocer gente y charlar de lo lindo.

También hubo encuentro de editoriales independientes que publican sus libros por fuera del mercado, encuadernando ellos mismos y hasta haciendo sus propios papeles. Músicos de distintos estilos que quieran mostrar lo suyo, lo hacen. Los domingos de tarde hay música electrónica en el museo que, con las birras artesanales, hacen del domingo de tarde un grandioso evento. “La idea es trascender el foco estrictamente puesto en el cannabis”, explica Blasina. por Demian Khalo

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