Brasil marchó no solo por la marihuana, sino por la vida

Soft Secrets
04 Sep 2017

Bajo la consigna “romper cadenas, plantar semillas”, la marcha de la marihuana de São Paulo, en Brasil, volvió a poner en evidencia que estas movilizaciones sobrepasan ampliamente la causa cannábica y se convierten en un enorme abanico de luchas por el respeto a las personas, sobre todo las más excluidas.


“No veo la hora de tener nuestra legalización”, dice Valeria, que según ella tiene “todo lo que a la sociedad no le gusta”: vive en el barrio Jardim São Jorge, una favela en la zona oeste de São Paulo, le gustan las mujeres, tiene tatuajes en el cuerpo, una hoja de marihuana en el brazo y una causa por tráfico. Cuando se fue de la marcha, la policía la detuvo tres veces. La primera vez le llevaron el único faso que tenía.

“¿Para qué se lo llevaron? ¿Para el consumo de ellos? ¿O para dejarlo en el patrullero y plantárselo a cualquier otro en una esquina?”, pregunta. “Estás todo el tiempo en riesgo de que cualquier policía que ande con una bolsa en el patrullero y no le guste tu cara te diga eso es tuyo”. Algo así le pasó a Rafael Braga. En junio del 2013, en medio de la convulsión social que agitaba todo el país, fue detenido, acusado de llevar explosivos, por tener dos botellas de desinfectante.

Fue el único que quedó preso después de la revuelta, y en enero del 2016, mientras estaba en libertad condicional, lo volvieron a detener, esta vez condenado a once años y tres meses de prisión. La sentencia solamente toma en cuenta la visión policial, que dice que llevaba 0,6 gramos de cannabis sativa y 9,3 gramos de cocaína. Según los policías, era “con finalidad de tráfico”. Rafael dice que le plantaron las pruebas. Y la condena ha generado una gran resistencia del movimiento negro y de organizaciones sociales, que están saliendo a la calle pidiendo su libertad.

Lo mismo hace Andreza durante la marcha. Mientras pinta un cartel que dice “Libertad para Rafael Braga”, le cuenta a Soft Secrets que “la guerra a las drogas es la guerra contra los negros y los pobres. Por eso es importante pedir la legalización, porque legalizar las drogas es dar un paso adelante para poner fin a este genocidio”. Piensa y dice que esta “es una lucha por la libertad”. Y se pregunta: “¿Qué significan las drogas en la vida de la mujer? Ya tenemos la represión del cuerpo, del patriarcado, y encima nos vienen con toda la cuestión moral sobre las drogas”.

Rodrigo Jarandilha es parte del bloque LGBT de la marcha, y dice que son favorables a la despenalización de todas las drogas, porque creen que el Estado no tiene que tener control sobre sus cuerpos y tiene que dejarlos ser libres, algo que no ocurre. “La población LGBT está sumamente atravesada por la guerra a las drogas y la sufre en carne propia. Ya existe una violencia por la condición sexual, y la represión a las drogas viene a incrementarla. Por eso queremos disputar la discusión sobre las drogas desde una perspectiva LGBT”, dice. La marcha de la macoña entona la bazucada: “Legaliza, oh oh, la mente es nuestra, oh oh, es nuestra elección, oh oh, contra el racismo y la represión, pom pom pom pom”. Karen corta la calle.

No es una tarea fácil. En una de las esquinas de la Avenida Paulista hay que decirles a los autos que van a tener que esperar que pasen casi 100 mil personas. Ella pide ayuda, mueve las manos, y discute con una conductora indignada, que básicamente le dice que vaya a fumar porro y que es vaga. Karen sale con altura: “señora, la que debería ir a fumar un porro es usted, la va a ayudar mucho a relajarse”. Son esas las cadenas que la marcha busca romper, las de la hipocresía y el preconcepto: “No estamos viniendo acá para fumar faso en la avenida Paulista, eso ya lo hacemos.

Vinimos para discutir temas importantes, para tratar de quebrar este negocio que actualmente es beneficioso para unos pocos y la mayoría se jode”. Dice que el actual contexto político brasileño no es favorable para la discusión, y que el proceso legal está parado en el Supremo Tribunal Federal (STF). Uno de sus ministros, el ex ministro de Justicia del dictador Michel Temer, Alexandre de Morais, había dicho que uno de sus objetivos era erradicar la marihuana del continente y apareció en un video cortando con un machete plantas de cannabis en Paraguay. Anacrónico y bastante ridículo, pero real. Bastante ridícula, pero también real, fue la cobertura de la marcha.

El diario Folha de São Paulo, ante las 100 mil personas que los organizadores estiman que asistieron a la marcha, publicó que un “grupo” hizo una caminata pidiendo la legalización de la marihuana. El portal web Uol tituló: “Jóvenes usando hierba conviven con familias en la marcha de la marihuana”. Y la mayoría de las notas no decían, digamos, nada. Se centraban en el recorrido, en que se estaba desarrollando con normalidad. Banalidades. Pero las pautas de la marcha lejos están de la banalidad. Fue por la libertad de todxs lxs presxs por esta guerra racista, injusta, clasista y cobarde, que coloca como principal enemigo al joven traficante negro de la periferia.

De mientras quienes lucran con la economía de las drogas siguen usando sus helicópteros, distribuyendo toneladas y lavando dinero en empresas, bancos, bonos del tesoro y otros medios. La marcha fue para quebrar las cadenas de una abolición de la esclavitud que todavía no aconteció por completo.

La guerra a las drogas es un instrumento de criminalización de la pobreza, que sirve de chivo expiatorio para que el Estado mantenga a las clases indeseadas bajo control, con una periferia militarizada y con miedo. La movilización fue para “plantar las semillas de un nuevo mundo donde no sea preciso defender lo obvio: que la guerra a las drogas es una guerra del Estado contra las personas y le hace más mal a la sociedad que las propias drogas que dice combatir”, decía la proclama.

por Marcelo Aguilar

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