REFLEXIONES DE UNA PACIENTE ONCOLOGICA

Soft Secrets
01 Jul 2015

“¿Y si el cannabis curara el cáncer?” Tituló en su portada una edición de Soft Secrets en 2012, refiriéndose al documental que a partir de esa pregunta filmó Len Richmond en 2010. El tema es interesante. Más aún cuando una es un paciente oncológico.


“¿Y si el cannabis curara el cáncer?” Tituló en su portada una edición de Soft Secrets en 2012, refiriéndose al documental que a partir de esa pregunta filmó Len Richmond en 2010. El tema es interesante. Más aún cuando una es un paciente oncológico.

“¿Y si el cannabis curara el cáncer?” Tituló en su portada una edición de Soft Secrets en 2012, refiriéndose al documental que a partir de esa pregunta filmó Len Richmond en 2010. El tema es interesante. Más aún cuando una es un paciente oncológico.

La tesis que propone el documental es que nuestro cuerpo cuenta con endocannabinoides que durante cientos de miles de años han actuado eficientemente en la  regulación de tumores, eliminación de radicales libres y como anti inflamatorios. Pero cuando entramos en la era industrial con toda su polución y químicos interviniendo la cadena alimentaria, los endocanabinoides producidos naturalmente por el ser humano se vieron sobrepasados y no pudieron con la tarea de mantenernos sanos y protegidos de toxinas. En este escenario, los canabinoides herbales (fito cannabinoides) representan un complemento que permite hacer frente a muchas de las enfermedades de la sociedad moderna. Con respecto al cáncer, la evidencia acerca de los beneficios del cannabis ha sido reforzada por estudios como el publicado en 2014 en el Reino Unido, que comprueba el poder anticancerígeno del THC, tal como sostiene el Dr. Peter McCormick, de la Escuela de Farmacia de la Universidad de East Anglia (www.uea.co.uk).

El uso de cannabis se comprueba tanto en términos preventivos como terapéuticos. Testimonios de pacientes indican además que la planta resulta tremendamente efectiva en el tratamiento del dolor y malestares como mareos o náuseas, efectos colaterales del tratamiento quimioterapéutico. A ello se suma la estimulación del apetito para quienes experimentan tanto un rechazo temporal a la comida, como con personas que experimentan  anorexia. Esto se asocia a la dimensión psicológica de la enfermedad y los estados depresivos que suelen ser parte del proceso.

El uso de cannabis constituye un recurso poderoso para aliviar la angustia y el miedo. Y no necesariamente en pacientes terminales. En mi caso, que fui diagnosticada con cáncer mamario en su fase inicial, ingerir marihuana fue fundamental incluso en el periodo previo al diagnóstico, mientras conseguía turnos para efectuarme exámenes, consultaba segundas opiniones y esperaba los resultados de las biopsias. Pocas veces se piensa en el debilitamiento físico, mental y espiritual de pacientes que pasamos largos períodos de angustia, días sin comer y noches sin dormir como consecuencia no solo del dolor del cuerpo, sino también de la incertidumbre y la desesperanza. En esa fase, consumir cannabis contribuye al alivio y la relajación y facilita la conexión tanto con los seres queridos como con los profesionales de la salud desde un estado menos angustioso. En mi opinión, esto contribuye incluso a la toma de mejores decisiones con respecto a los tratamientos a seguir desde una perspectiva más íntegra. Una decisión donde el paciente tome conciencia de su autonomía y sea capaz de negociar con los doctores para alcanzar el mayor beneficio para su salud. Esta autonomía constituye un principio esencial de la bioética, que busca desmarcarse de un modelo terapéutico fragmentado, cada vez más cuestionado por disociar al cuerpo de la mente y del espíritu. Creo que para sanar realmente, el tratamiento efectivo debe conectar estas tres dimensiones para brindar alivio de manera integral y la marihuana puede ayudar en este proceso holístico.

La ciencia tiene algunas evidencias, pero más allá de confirmar los beneficios del cannabis, desde que contribuye al bienestar, su aporte ya es considerable.

En medio de la tendencia global por volver a lo natural, las propiedades de esta planta me parecen una gran ayuda para neutralizar las agresiones de un mundo donde lo que ingerimos parece cada vez más tóxico. Hoy nuestros niños no comen cereales, sino unas virutas fosforescentes, repletas de saborizantes artificiales, fosfatos, ácidos y sales preservantes sobre la base de azúcares y harinas tan refinadas, que en el camino pierden sus propiedades nutricionales. Paralelamente se vuelven cada vez más sospechosas de causar patologías crónicas, como la enfermedad celíaca, tal como sostiene el periodista e investigador Michael Pollan en su libro Cocinar (Editorial Debate, Buenos Aires, 2014).
Hoy, no nos sorprende hablar de agentes “cancerígenos” vinculados a comidas tan habituales como un sándwich de jamón. Si el cerdo fue alimentado con grasas quemadas, las dioxinas liberadas traspasan desde el animal al organismo humano y la conexión con la enfermedad parece indiscutible. 

Más allá de la composición química de ingredientes que por siglos han nutrido a nuestra civilización, me parece que el problema de fondo es la intervención humana descontrolada, sin ningún fundamento ético, en los procesos productivos. La trazabilidad devela no sólo el uso indiscriminado de pesticidas y modificaciones genéticas que trasgreden las fronteras de los reinos vegetal y animal. Tal como sugiere Richmond en su documental, una vez que las plantas y animales salen del campo, ingresan en una escalada industrial donde el aspecto estético y la durabilidad de los productos priman sobre sus propiedades saludables y nutritivas.

Frente a este panorama oscuro, en que ya no sabemos qué comer, estoy convencida de que si mezclamos ingredientes de calidad, orgánicos e integrales, y adicionamos un par de buenos cogollos, cultivados al sol y con cariño, el queque que resulte puede tener un efecto más potente que cualquier medicina, en pacientes que no solo necesitan erradicar sus síntomas físicos, sino también sus dolores de mente y espíritu.

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